Es sociable, tiene empatía y tiene buenas habilidades de comunicación. Transmite seguridad, a la vez que entiende a los niños y niñas, consiguiendo su confianza.
Atiende, modela y exige un comportamiento respetuoso, imparcialidad y buen espíritu deportivo.
Establece expectativas realistas y apropiadas para la edad de los niños y niñas.
Es paciente, mantiene la tranquilidad y nunca pierde la calma.
No se entromete innecesariamente en el proceso de aprendizaje durante las prácticas y los juegos, sabe cuándo enseñar, enfatiza lo positivo, hace que los entrenamientos sean divertidos y trata de enseñar que en el deporte es más importante divertirse que el hecho de ganar.
Entiende las diferencias de género pero evita reforzar los estereotipos de género basados en la cultura.
Ajusta su estilo de entrenamiento para adaptarse a cada individuo. Gracias a su experiencia, el entrenador o entrenadora llega a conocer a sus jugadores uno a uno y es sensible a sus necesidades en los deportes y en sus vidas personales. Motiva a cada jugador a hacerlo lo mejor que pueda y le ayuda a aprender nuevas habilidades.
Busca oportunidades de trabajo en equipo. Ayuda a sus jugadores a unirse como un equipo efectivo y en cohesión. Por ejemplo, organizando fiestas en equipo, yendo juntos a otro tipo de eventos, haciendo viajes juntos, etc. Son las pequeñas cosas las que aportan gran valor y consiguen reunir a un equipo.
Sabe y domina temas relacionados con la salud, la seguridad y el desarrollo de los jugadores. Para ello, tiene nociones sobre desarrollo infantil. También es interesante que sepa sobre primeros auxilios y tratamiento de lesiones.
Insiste en el comportamiento adecuado de los padres. Es muy importante que el primer ejemplo de conducta de los niños y niñas sean sus progenitores. No hay lugar para comportamientos agresivos ni padres que fuercen a sus hijos e hijas a conseguir ciertos resultados deportivos.
Y tú, ¿qué clase de entrenadores has tenido?
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